SLIPKNOT

domingo, 11 de abril de 2010

2ª TIMOTEO 1: 3-8

En nuestras vidas pasamos por circunstancias en las que necesitamos esta exhortación de parte de Dios. Ésta tiene como finalidad sacar a la luz nuestras conductas carnales para que podamos guardarnos de ellas en virtud del poder del Espíritu. Recordemos que el Señor trata con nosotros tal como somos. En sus designios toma muy en cuenta las circunstancias en las que nos encontramos, lo que no haría, por ejemplo, la filosofía, que seguramente nos ubicaría en circunstancias diferentes.
No pensemos nunca que podríamos pasar por las pruebas, la angustia o el desaliento como si no tuviéramos sentimientos. “Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre” (Salmo 69:21). Ciertamente, el Señor sufrió todo esto profundamente. La espada penetró en su alma. El Señor podía decir: “El escarnio ha quebrantado mi corazón” (Salmo 69:20). Pero en lo que se refiere a pasar por la aflicción y el sufrimiento, hay una diferencia entre Cristo y nosotros. El Señor nunca vaciló entre enfrentar la prueba o tener plena comunión con Dios. Lamentablemente, no es nuestro caso. Nosotros necesitamos primero sentir nuestra debilidad, nuestra incapacidad para hacer algo por nosotros mismos, y recién entonces nos volvemos a Dios.
Asì pues, temiendo que Timoteo fuera a tener un espíritu de temor, el apóstol Pablo le dice: “Te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti.. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios” (2.ª Timoteo 1:6, 7,8). Si tenemos espíritu de temor, esto no proviene de Dios, porque Dios nos ha dado espíritu de poder. Dios enfrentó el poder del enemigo en el terreno de la debilidad humana en la persona de Cristo, que ahora está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas.

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